jueves, 6 de septiembre de 2007

The Comeback



Cuando uno vuelve de vacaciones, sobre todo si éstas han sido razonablemente largas, experimenta una serie de sensaciones únicas. La mayoría pasan por observar con cierta objetividad todo lo que te rodea, apreciando en mayor medida aquello que has añorado, y a su vez echando de menos todo lo que tu ciudad tiene que envidiar a aquel lugar donde has estado. En el caso de un madrileño como yo, el haber pasado algo más de un mes en una ciudad como Londres me lleva a la inevitable comparación entre una y otra cultura, aparentemente cercanas por su ritmo de vida occidental, pero en el fondo tan diferentes. De aquí en adelante y con toda seguridad voy a incurrir en un buen número de generalizaciones y tópicos con los que muchos no estarían de acuerdo, pero no dejan de ser las impresiones que me traigo. Ahí van.

La gente.
En la capital británica, la palabra “sorry” se escucha una media de 20 veces al día. Tanto si alguien te roza en el metro –donde reina un espectral silencio aunque vaya a reventar-como si te piden paso en el autobús, la cortesía es un rasgo distintivo del ciudadano medio inglés durante el día. Sin embargo, al acabar su jornada laboral muchos londinenses parecen sufrir un proceso de transformación digno del Dr. Jeckill y Mr. Hide, animados por un número ingente de pintas de todos los colores. Es frecuente ver a gente en un estado etílico lamentable cuando el sol aún no se ha puesto, al tiempo que todo síntoma de cortesía parece desaparecer. Mi amigo Ivar me comentaba que en España somos borrachines, mientras que en Inglaterra son borrachos. No le falta razón. Aquí abunda el currante que se toma un carajillo antes de volver al tajo, las litronas en los parques y el botellón como fenómeno social y socializador. Allí, el beber con el único fin de agarrarse el pedo más gordo posible.
Las pintas de la gente son un mundo aparte. Los 80 parecen haber vuelto con todas sus fuerzas. Flequillos, pantalones pitis elásticos y colores chillones causan furor. Y los punkis, aunque pocos, siguen ahí, salvo que a día de hoy se dedican a dejarse hacer fotos a cambio de un pound. La verdad es que no pueden ser más de palo. Si Joe Strummer levantara la cabeza…

La vida
Londres es una ciudad pija, inabarcable, joven y frenética. Madrid es provinciana, cálida y difícil. Creo que ninguna de las dos ofrece una calidad de vida ideal, al estilo de otras capitales europeas como Berlín. Sin embargo, en Londres se produce una curiosa paradoja: Detrás de cualquiera de sus estresantes calles abarrotadas de gente es fácil encontrar un remanso de paz, un rincón único y agradable donde olvidar que te encuentras en una ciudad de siete millones de habitantes. El respeto por el urbanismo y la tendencia al crecimiento horizontal, sin apenas superar las dos alturas, otorgan a la ciudad una sensación de uniformidad, de orden y caos que conviven en extraña armonía. Y cada ladrillo, teñido del color que otorga el paso del tiempo, parece esconder una historia diferente. En Madrid resulta más complicado escapar de la vorágine del tráfico, el ruido y las prisas. Y si estás alejado del centro, el paisaje urbano, dominado por horribles bloques de pisos deshumanizados, es más que desalentador para la vista. A cambio, disfrutar de unas cañas acompañadas de sus respectivas tapas y rodeado por un buen par de amigos no tiene precio.

La banda sonora
La culpa de gran parte del sobrepeso con el que he vuelto a Madrid la tiene la música. En concreto, los vinilos. Londres es el paraíso para los amantes de este formato que parece estar viviendo una segunda juventud. Bucear en sus innumerables tiendas de discos, tanto de primera como de segunda mano, ha sido uno de los placeres que más voy a añorar. Y el mero hecho de pensar en la cantidad de grandes grupos que han visto crecer sus calles hace que éstas transpiren música en cada esquina.

La clave
Al final, pienso que la base del carácter y el modo de vida español, tan de puertas para afuera, reside casi exclusivamente en el clima. El gris plomizo que domina el 80% de los días en Londres provoca que cada vez que sale un rayo de sol sus habitantes se tiren en el primer césped que encuentren. Eso sí, qué céspedes.
Aquí parece que no apreciamos lo que tenemos. La luz, esa luz que hace que todo tenga otro color, es lo mejor de esta ciudad a la que ahora he vuelto. Por el momento, disfruto de este regreso. Pero en una semana volveré a estar harto de Madrid. Esa es la relación amor-odio que me une a este lugar del mundo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ese jeffee...!
aqui seguimos en "la lucha"..y todo hay que decirlo con un tiempo que hace salir a los parques y a la calle a hacer rutas en bicicleta para seguir explorando london.. esperemos que dure algo mas..

aqui te dejo un fuerte abrazo...

y a ver si podemos vernos por malaga...

cobretty.

AIKEÓ!