miércoles, 4 de abril de 2007

Abolir la Semana Santa

El santísimo Cristo de la Clemencia, Nuestra Señora del Rosario en sus Misterios Dolorosos, la hermandad de la Buena Muerte, el Cristo de las Angustias, las nazarenas del Calvario...

Ayer, a la una de la madrugada, terminé de leer, corregir y cerrar más de una docena de páginas del periódico sobre la Semana Santa andaluza. El sentimiento de hartazgo, mezclado con una buena dosis de vergüenza ajena, hizo que un pensamiento se apoderara de mí: hay que abolir esta tradición rancia, paleta y carente de todo sentido que abarrota las calles españolas en estas fechas, tomadas por hordas de fervientes católicos ataviados con ridículas capuchas. Aunque la verdad, en otro países están todavía peor...

"Más ir a misa y menos jugar con la PlayStation", vociferaba bajo palio el arzobispo de Valladolid, ante una masa de niños peripuestos con sus mejores ropas y con la raya del pelo bien recta a golpe de peine materno. El mero hecho de mentar la consola de marras provocó, en ese mismo instante, que decenas de infantes se imaginaran comodamente en sus casas, sin soportar la lluvia (bendita lluvia, que ha aguado los pasos de los penitentes haciendo brotar las lágrimas), y se preguntaran qué demonios estaban haciendo ellos allí. Sin duda, no hay cosa más importante para la educación de un niño, nada más indicado ni formativo, que asistir a misa cuanto más, mejor. Seguro que el señor arzobispo no encontró nada más apropiado que transmitirles. La esperanza reside en que, algún día, se den cuenta de lo absurdo de este teatrillo medieval al que les han obligado a asistir. Aunque quizá por ese entonces el cerebro esté ya lavado y bien lavado...

¿Qué justifica todo este desfile de cerriles creyentes? ¿El turismo? ¿Que vaya a andar por allí Antonio Banderas? Porque la fe, en caso de tenerla, no se demuestra paseando por la ciudad un monigote de tropecientos kilos (con la necesaria visita posterior al fisioterapeuta), ni llegando antes que nadie al lugar para, rosario en mano, rezar al santo de turno... Creo que si Cristo se pasara por allí les gritaría "¡Pero qué hacéis, huevones! ¡Esto no es lo que yo os dije!"

En caso de vivir en una de estas devotas ciudades, sólo queda una salida para intentar no acabar soñando con encapuchados. Huir. O quedarse en casa con las ventanas bien cerradas. Aunque poner la tele no será una buena solución... Mejor una buena PlayStation, ¿verdad, señor obispo?

No hay comentarios: